Carta abierta a ruth y jose

ANTONIO Rodríguez 11/08/2012

Os obvio el tratamiento de cabecera porque, ante ángeles, todos quedan inexactos, falsos y equivocados. Para mí sois, desde el dislocado 8 de octubre de 2011, hijos míos. Sangre de una sangre que yo asumo, junto a millones de personas más. Personas integrantes de una sociedad que vosotros no elegísteis; os la dieron hecha. Mal hecha; pésimamente construida...


Los seis años tuyos, Ruth, no son una vida. No es ni la décima parte de lo que, posiblemente, vivirás si el Bretón, tu progenitor, no ha llegado a decidir lo contrario: Que con seis años, con dos mil días, ya has vivido bastante. Todavía peor para ti, José, con tus solos dos añitos de energía, de vigor y de entusiasmo...

Escuchadme, Ruth y José: No sé dónde estáis, si es que la vida os sigue haciendo muecas de supervivencia, pero sois --estáis-- unos perdidos bajo la custodia, pactada, de un padre que no merece serlo porque ningún padre "pierde" dos hijos en un plumazo de dos minutos. Y no lo merece, tampoco, porque, tras la sonrisita amarillenta de un hipócrita consumado (a mí así me lo parece) se esconde un tergiversador del tiempo controlado judicialmente, como prueba evidente de una total desafección entre tu padre y tu madre. Nacer para ver esto, Ruth y José, es un sacrificio improductivo que vosotros dos no merecéis sufrirlo.

Vosotros, hijos míos, no lo comprendéis todavía, pero estáis, irremisiblemente, porque, además vuestro padre así lo ha querido, en la nómina del silencio y la denuncia; de los protagonistas acaparadores de penas y sombras misóginas (una misoginia que ahora tampoco entenderéis y que, posiblemente, sea el fundamento de lo que estáis sufriendo, o habéis terminado de sufrir ya); de los que son moneda de cambio en el mercado leonino de las incompetencias conyugales; de los que sufren las consecuencias de los aros concéntricos de una espiral violenta, germinada en la relación bipersonal que se fundó, como todas, bajo el estandarte de un amor rico y duradero. Y ya veis, Ruth y José, ni fue rico ni duradero. Fue un amor ensombrecido, de perfil bajo, de exigentes y exigidos, y, del cual, sois vosotros fatalísima consecuencia. ¡Ay, el amor! ¿Qué amor?

Oidme, Ruth y José: Decía alguien, que fue muy importante --Rilke, tenía como apellido, al igual que vosotros os apellidáis Bretón y Ortiz--: "No creáis que el destino sea otra cosa que la plenitud de la infancia". Desgraciadamente, niños míos y de todos los que creen tener sensibilidad, vuestra infancia ya no será plena, ni encandilará disfrutes púberos en un seno familiar que debería haber sido catalizador necesario del cariño paternal en vuestro equilibrado desarrollo, como niños, como adolescentes y como adultos.

Se os cortó, a traición, el ritmo de la comprensión paterna en un desafuero, obstinado, en la mayor de las desconsideraciones violentas. Por eso, nunca seréis, Ruth y José, redentores de causa alguna que afecte al calculador de tu padre y a la resignada de tu madre; aunque en esa resignación, la renuncia nunca se hará presente: Será su "lucha", impotente, la que demostrará, latente, el anhelo de su corazón de madre, ante la osadía inconsecuente...

¿Qué culpa tenéis vosotros? ¿Dónde os esconden, vivos, por Dios? ¿Quién sabe todo y no lo dice? ¿Por qué sufrís sin merecerlo? ¿Cuándo terminará vuestra pasión de las mil caídas? ¿La Justicia será vuestro Cirineo? ¿Quién o quiénes están enjugando vuestras inocentes lágrimas? Alrededor de vosotros, Ruth y José, resurgen, como en la inmensidad del mar, una infinidad de preguntas, aún sin respuesta mientras que a vosotros sólo os queda, de momento, ser la sombra persecutora de vuestro atormentado padre que, creo, sabe más de lo que parece, aunque no parezca saber lo que sabe. Y aquí, ante vosotros, queridos míos, nadie parece saber nada-¡Ni los abuelos, que siémpre creísteis que lo sabían todo!

Ruth y José: Quisiera escribiros mucho más, pero lo dejaré para cuando ¿aparezcáis? Si es que lo hacéis dentro de la esperada integridad, que toda España anhela. Adiós, siémpre pensaré en vosotros y os llevaré en mi corazón, esa víscera movediza que hace que unas veces seamos buenos y otras malos. Pero, hijos míos, el mundo en el que habitáis --y así lo deseo, que estéis habitando en él-- se ciñe sólo a eso, tan simple: El contínuo enfrentamiento entre los que creen ser buenos y los que se empeñan en ser malos. Y viceversa. Recibid un millón de besos de las personas que os quieren y de vuestros amiguitos, que son millones...

*Gerente de empresa